La
jornada de clausura de la IX Semana de la Familia se desarrolló en torno a la
reflexión y profundización sobre la esencialidad de la transmisión de la fe en
la familia.
Insertamos algunas fotos de la Eucaristía final.
Hay
documentos eclesiales básicos para iluminar esta misión de la familia
cristiana. Uno de los que aborda este aspecto, bien reciente, es el Mensaje
final al Pueblo de Dios del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización
que, como no podía ser de otra manera, dedica uno de sus 14 números, el número
7, a la evangelización en la familia.
Ya
en el nº 1 expresa que, “Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de
sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente
al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque solo él es
el agua que da la vida verdadera y eterna. Solo Jesús es capaz de leer hasta lo
más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que
he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos. Esta palabra de anuncio -a la que se
une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?”- muestra que quien ha
recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos
que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás”.
Recogemos
a continuación algunos párrafos del citado número siete, en los que subrayamos varias
frases cuyo contenido, tantas veces y de tantas formas expresado, no deja de
ser urgente para el hoy de la evangelización.
Los
padres cristianos son los primeros y esenciales mensajeros de la nueva vida en
Cristo en su
hogar. Por eso “Desde la primera evangelización la transmisión de
la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia…A pesar de la
diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los
obispos del Sínodo han confirmado este
papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se
puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio
del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa.
No
escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio
de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la
vida, está atravesada por todas partes por factores de
crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada
de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre
respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias
comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar
que tenemos que desarrollar un especial
cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios
específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio…
La vida familiar es
el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra
su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en
el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la
Iglesia, mostrar cómo esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más
allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios.
Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la
vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe
hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida
en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más
allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que
esperamos en el final de los tiempos.