viernes, 13 de julio de 2012

LA VERDAD DEL AMOR HUMANO ... Capítulo III (2)


 


Cuanto se lleva expuesto en los capítulos precedentes, expresa  que el amor conyugal es “una participación singular en el misterio de la vida y del amor de Dios mismo” (n. 39). Pero no es esa sola su grandeza: está llamado a ser también “imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús”, como dice Juan Pablo II en el n. 19 de Familiaris Consortio.  



Por el sacramento del matrimonio, “… el amor conyugal auténtico es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la virtud redentora de Cristo y la acción salvífica de la Iglesia...” (n. 40). Por eso,  “al insertar el vínculo matrimonial en la comunión de amor de Cristo y de la Iglesia, el amor de los esposos –el amor matrimonial- está dirigido a ser imagen  y representación real del amor redentor del Señor. Jesús se sirve del amor de los esposos para amar y dar a conocer cómo es el amor con que ama a su Iglesia. El amor matrimonial es- y debe ser-  un reflejo del amor de Cristo a su Iglesia” (n. 41). Como dice San Pablo “se entregó a sí mismo por ella” (Ef. 5,25-26). Entregarse es convertirse en don sincero, amando hasta el extremo.  Ese es el amor que los esposos deben vivir y reflejar. Y es este número del documento uno de los esenciales, que hemos querido transcribir en casi su totalidad.

Por el sacramento del matrimonio, el amor humano no pierde sus características, sino que experimenta una verdadera transformación. Y no es circunstancial, o puntual, “es tan permanente y exclusiva –mientras los esposos vivan- como lo es  la unión de Cristo con la Iglesia” (n. 43). Cristo permanece fiel con los esposos y su amor ha de ser la referencia constante del amor matrimonial.  Por eso, el amor de los esposos es capaz de superar tantas dificultades, y por eso mismo debe crecer cada día. Sólo el auxilio de Dios les hará capaces de vencer la tentación  de repliegue sobre sí mismos y “abrirse” al otro mediante la entrega sincera –en la verdad- de sí mismos.

LA VERDAD DEL AMOR HUMANO ... Capítulo III (1)


El tercer capítulo del documento de los obispos españoles sobre el amor humano que estamos considerando poco a poco en este blog, está titulado “EL AMOR CONYUGAL: COMO CRISTO AMÓ A LA IGLESIA (Ef.5,25)”. Se desarrolla también en dos  subcapítulos. El primero: a) Una sola carne (Gén. 2,24),  incluye a su vez el desarrollo de los siguientes apartados:  Una comunidad de vida y amor; Características del amor conyugal; Para siempre; y, la oscuridad del pecado. El segundo, b) Como Cristo amó a su Iglesia (Ef. 5,25).

Antes de explicitar la naturaleza y características del amor conyugal, se retoma la idea básica ya expresada anteriormente de que el mismo Dios se ha servido del amor esponsal para revelar su  amor hacia su pueblo elegido. De tal forma que “es arquetipo, es decir, viene a señalar las características que definen la verdad del amor humano, en las diversas manifestaciones en que este se puede y debe manifestar” (n. 24).

El amor conyugal es un amor comprometido.  La alianza entre hombre y mujer origina un vínculo no solamente visible, sino también moral, social y jurídico, que requiere de ambos la “voluntad de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son”. Pues la unidad de la carme hace referencia a la totalidad de la feminidad y la masculinidad: cuerpo, carácter, corazón, inteligencia, voluntad, alma.

                                                                                             
La lógica de la entrega mutua hombre y mujer lleva a que el matrimonio esté llamado, por su propio dinamismo, a ser una comunidad de vida y amor. De tal foma que, “sólo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así  como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial” (n. 28).

El amor conyugal tiene,  según el Vaticano II y la encíclica Humanae Vitae,  varias características o notas distintivas:  es plenamente humano, total, fiel y exclusivo, y fecundo. Es plenamente humano y total: es un amor que va de persona a persona, “es un amor de entrega en el que sin dejar de ser erótico, el deseo se dirige a la formación de una comunión de personas” (n.29).  Es un amor fiel y exclusivo: “la totalidad incluye en sí misma y exige la fidelidad –para siempre-, y esta, a su vez, la exclusividad” (n. 30); por un lado, donación recíproca sin reservas, y por el otro, sin intromisión de terceras personas.                        

 Es un amor fecundo, abierto a la vida: la sexualidad afecta al núcleo íntimo de las personas, e incluye como una dimensión inmanente la orientación a la procreación; “la apertura a la fecundidad es una exigencia interior de la verdad del amor matrimonial y un criterio de su autenticidad” (n. 31). Estas características, inseparables entre sí,  están insertas íntimamente en la verdad del amor conyugal.
La unión del hombre y la mujer designa el compromiso de formar una intimidad común exclusiva y permanente. Se produce una integración específica entre la inclinación sexual, el despertar de los afectos y el don de sí. Es una unión personal, formada en la entrega de la libertad, cuya exigencia de dignidad reclama permanencia para siempre.

Ahora bien, la oscuridad del pecado puede oscurecer la verdad del amor humano, la llamada a la comunión. Esa oscuridad lleva a una visión reductiva  y fragmentaria de la sexualidad, tan extendida, en que se desconoce el valor y sentido de la sexualidad por la complementariedad y crecimiento personal en la construcción de una vida compartida. Por eso,  los obispos “convencidos de la belleza de esta verdad, que une la dignidad humana con la vocación al amor, insistimos de nuevo en la importancia que tiene la rectitud en el ámbito de la sexualidad, tanto para las personas como para la sociedad entera” (n. 38).

martes, 10 de julio de 2012

LA VERDAD DEL AMOR HUMANO... Capítulo II


El segundo capítulo sobre el amor humano se desarrolla bajo el título de “LA VERDAD DEL AMOR, INSCRITA EN EL LENGUAJE DEL CUERPO”. Como el primero, se desarrolla en dos subcapítulos bajo una cita del libro del Génesis (1,27): a) A imagen de Dios, y b) Varón y mujer los creó.

Hemos asistido en las últimas décadas a tal proceso de fragmentación de la persona humana, que ha devenido necesario retomar la consideración  de su unidad  para poder reflexionar sobre la naturaleza y grandeza del amor humano. Por eso, dicen los obispos que “El ser humano es imagen de Dios en todas las dimensiones de su humanidad” (n. 18). Por lo que no se puede prescindir de ninguna, bajo el riesgo de mutilar y degradar al ser humano. Por tanto, cuando del ser personal se desgaja una parte, bien seguro que va a ser para destruir ésta bajo pretextos muy bien presentados pero también muy nocivos. Ejemplos conocemos todos.

Así, “el cuerpo es la persona en su visibilidad”,  por lo que “relacionarse con el cuerpo es hacerlo con la persona: el cuerpo humano está revestido de la dignidad personal” (n. 19). El ser humano es cuerpo y espíritu, es una totalidad personificada.

Ahora bien, precisamente por ello, el ser humano no tiene otra posibilidad que existir que como hombre o mujer.  Es, en su totalidad, masculino o femenino: “La dimensión sexuada, es decir, la masculinidad o feminidad, es inseparable de la persona…Es el modo de ser de la persona humana… Es la persona misma la que siente y se expresa a través de la sexualidad” (n. 20).

Este ser hombre y mujer es el que reproduce la imagen del Creador, y es en tal ser donde recibe la llamada divina al amor. “La sexualidad humana, por tanto, es parte integrante de la concreta capacidad de amor inscrita por Dios en la humanidad masculina y femenina” (n. 21).

Precisamente en esa diferenciación sexual se realiza plenamente la esencia humana. El hombre y la mujer necesitan otro “yo” para realizarse, deben ser “para alguien”, que le complementa. Porque “solo el amor de comunión personal puede responder a esta exigencia interior, ya que «el hombre ha llegado a ser “imagen y semejanza” de Dios no solamente a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas» (n. 22).

Así pues, en la diferencia sexual encontramos expresada la recíproca complementariedad entre hombre y mujer,  y comprobamos que está orientada a la comunicación: a sentir, expresar y vivir el amor humano, abriendo a una plenitud mayor. En el n. 23, una afirmación fundamental: “El sentido profundo de la vida humana está en encontrar la respuesta a esta palabra original de Dios”.

lunes, 9 de julio de 2012

LA VERDAD DEL AMOR HUMANO... Capítulo I


Anticipábamos en nuestra anterior entrada el deseo de ir desgranando capítulo a capítulo la doctrina del documento recién publicado por la Conferencia Episcopal Española sobre  “La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar”.  Como indica el mismo título, el cimiento y contenido fundamental del documento es el amor, lo que constituye también, como todos reconocemos por nuestra vida,  la realidad fundamental de la existencia humana.

El capítulo primero, titulado LA VERDAD DEL AMOR, UN ANUNCIO DE ESPERANZA, se divide en dos subcapítulos  a) El amor de Dios, origen de todo amor humano -números 6 al 9-  y b) El amor humano, respuesta al don divino -números  10 al 16-.

De principio ya se nos dice que el amor “posee una luz y da una capacidad de visión que hace percibir la realidad de un modo nuevo “.  (n. 6). 

A fin de cuentas, nada como el amor para entender lo que ha nacido del amor. Como nadie mejor para entender y querer al hombre  que el que lo ve desde los ojos de Dios, a la luz de su Palabra, desde la comunión con Él. 

                                        

El origen del amor está en el misterio de Dios, que crea todas las cosas y  se manifiesta por amor. Y es precisamente el  hombre el único ser llamado a entrar en la intimidad del amor de Dios: “solo él ha sido creado para entablar con Dios una historia de amor” (n. 7).

Pero tengamos en cuenta que el amor creador de Dios es un amor interpersonal, de comunión. Y el hombre, creado a imagen de Dios, ha recibido  llamada  impresa en su misma naturaleza a hacerse semejante a Él.

Ahora bien,  el designio amoroso de Dios se manifestó y cumplió plenamente en Jesucristo: “Así ama Dios al hombre” (n. 10). Por tanto, en la Vida de Cristo se “da a conocer la naturaleza del amor humano y también cómo ha de ser la respuesta de la persona humana al don del amor”. De Cristo proviene nuestra luz, nuestra “doctrina”, nuestro discurso, nuestra oferta de comprensión y salvación  al hombre de nuestro tiempo.

Es más, la auténtica humanidad del hombre, la verdad más profunda del ser humano, se descubre en el designio de Dios de que el hombre sea “hijo de Dios en el Hijo (en Cristo) por el don del Espíritu Santo” (n. 12). Por tanto, cada ser humano es “invitado a encontrarse personalmente con Cristo, y descubrir así la verdad y el camino del amor  (…) Cristo, la imagen de Dios, es la verdad más profunda del hombre, y de su vocación al amor” (n. 13). Ser hijos de Dios, he ahí la altísima dignidad de la persona humana, he ahí su excelsa vocación, he ahí su gran verdad. 

El amor de Dios es, por tanto,  lo primero: es la fuente de la que derivan todas las formas de amor, también el amor humano.  Y “a partir de ese amor originario se descubre además, que el ser humano, creado por amor “a imagen de Dios” que “es amor” (1 Jn 4, 8), ha sido creado también para amar” (n. 15). 

Por tanto, descubrir el amor que nos precede, un amor mayor que nosotros mismos, nos lleva a comprender que aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio. Lo que resulta posible y está abierto para todos.