viernes, 13 de julio de 2012

LA VERDAD DEL AMOR HUMANO ... Capítulo III (1)


El tercer capítulo del documento de los obispos españoles sobre el amor humano que estamos considerando poco a poco en este blog, está titulado “EL AMOR CONYUGAL: COMO CRISTO AMÓ A LA IGLESIA (Ef.5,25)”. Se desarrolla también en dos  subcapítulos. El primero: a) Una sola carne (Gén. 2,24),  incluye a su vez el desarrollo de los siguientes apartados:  Una comunidad de vida y amor; Características del amor conyugal; Para siempre; y, la oscuridad del pecado. El segundo, b) Como Cristo amó a su Iglesia (Ef. 5,25).

Antes de explicitar la naturaleza y características del amor conyugal, se retoma la idea básica ya expresada anteriormente de que el mismo Dios se ha servido del amor esponsal para revelar su  amor hacia su pueblo elegido. De tal forma que “es arquetipo, es decir, viene a señalar las características que definen la verdad del amor humano, en las diversas manifestaciones en que este se puede y debe manifestar” (n. 24).

El amor conyugal es un amor comprometido.  La alianza entre hombre y mujer origina un vínculo no solamente visible, sino también moral, social y jurídico, que requiere de ambos la “voluntad de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son”. Pues la unidad de la carme hace referencia a la totalidad de la feminidad y la masculinidad: cuerpo, carácter, corazón, inteligencia, voluntad, alma.

                                                                                             
La lógica de la entrega mutua hombre y mujer lleva a que el matrimonio esté llamado, por su propio dinamismo, a ser una comunidad de vida y amor. De tal foma que, “sólo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así  como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial” (n. 28).

El amor conyugal tiene,  según el Vaticano II y la encíclica Humanae Vitae,  varias características o notas distintivas:  es plenamente humano, total, fiel y exclusivo, y fecundo. Es plenamente humano y total: es un amor que va de persona a persona, “es un amor de entrega en el que sin dejar de ser erótico, el deseo se dirige a la formación de una comunión de personas” (n.29).  Es un amor fiel y exclusivo: “la totalidad incluye en sí misma y exige la fidelidad –para siempre-, y esta, a su vez, la exclusividad” (n. 30); por un lado, donación recíproca sin reservas, y por el otro, sin intromisión de terceras personas.                        

 Es un amor fecundo, abierto a la vida: la sexualidad afecta al núcleo íntimo de las personas, e incluye como una dimensión inmanente la orientación a la procreación; “la apertura a la fecundidad es una exigencia interior de la verdad del amor matrimonial y un criterio de su autenticidad” (n. 31). Estas características, inseparables entre sí,  están insertas íntimamente en la verdad del amor conyugal.
La unión del hombre y la mujer designa el compromiso de formar una intimidad común exclusiva y permanente. Se produce una integración específica entre la inclinación sexual, el despertar de los afectos y el don de sí. Es una unión personal, formada en la entrega de la libertad, cuya exigencia de dignidad reclama permanencia para siempre.

Ahora bien, la oscuridad del pecado puede oscurecer la verdad del amor humano, la llamada a la comunión. Esa oscuridad lleva a una visión reductiva  y fragmentaria de la sexualidad, tan extendida, en que se desconoce el valor y sentido de la sexualidad por la complementariedad y crecimiento personal en la construcción de una vida compartida. Por eso,  los obispos “convencidos de la belleza de esta verdad, que une la dignidad humana con la vocación al amor, insistimos de nuevo en la importancia que tiene la rectitud en el ámbito de la sexualidad, tanto para las personas como para la sociedad entera” (n. 38).

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