Anticipábamos en nuestra anterior
entrada el deseo de ir desgranando capítulo a capítulo la doctrina del documento
recién publicado por la Conferencia Episcopal Española sobre “La verdad del amor humano. Orientaciones
sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar”. Como indica el mismo título, el cimiento y
contenido fundamental del documento es el amor, lo que constituye también, como
todos reconocemos por nuestra vida, la
realidad fundamental de la existencia humana.
El capítulo primero, titulado LA
VERDAD DEL AMOR, UN ANUNCIO DE ESPERANZA, se divide en dos subcapítulos a) El amor de Dios, origen de todo amor humano
-números 6 al 9- y b) El amor humano,
respuesta al don divino -números 10 al
16-.
De principio ya se nos dice que el
amor “posee una luz y da una capacidad de visión que hace percibir la realidad
de un modo nuevo “. (n. 6).
A fin de cuentas, nada como el amor
para entender lo que ha nacido del amor. Como nadie mejor para entender y
querer al hombre que el que lo ve desde
los ojos de Dios, a la luz de su Palabra, desde la comunión con Él.
El origen del amor está en el
misterio de Dios, que crea todas las cosas y se manifiesta por amor. Y es precisamente el hombre el único ser llamado a entrar en la
intimidad del amor de Dios: “solo él ha sido creado para entablar con Dios una
historia de amor” (n. 7).
Pero tengamos en cuenta que el amor
creador de Dios es un amor interpersonal, de comunión. Y el hombre, creado a
imagen de Dios, ha recibido llamada impresa en su misma naturaleza a hacerse
semejante a Él.
Ahora bien, el designio amoroso de Dios se manifestó y cumplió
plenamente en Jesucristo: “Así ama Dios al hombre” (n. 10). Por tanto, en la
Vida de Cristo se “da a conocer la naturaleza del amor humano y también cómo ha
de ser la respuesta de la persona humana al don del amor”. De Cristo proviene
nuestra luz, nuestra “doctrina”, nuestro discurso, nuestra oferta de
comprensión y salvación al hombre de
nuestro tiempo.
Es más, la auténtica humanidad del
hombre, la verdad más profunda del ser humano, se descubre en el designio de
Dios de que el hombre sea “hijo de Dios en el Hijo (en Cristo) por el don del
Espíritu Santo” (n. 12). Por tanto, cada ser humano es “invitado a encontrarse
personalmente con Cristo, y descubrir así la verdad y el camino del amor (…) Cristo, la imagen de Dios, es la verdad
más profunda del hombre, y de su vocación al amor” (n. 13). Ser hijos de Dios,
he ahí la altísima dignidad de la persona humana, he ahí su excelsa vocación,
he ahí su gran verdad.
El amor de Dios es, por tanto, lo primero: es la fuente de la que derivan
todas las formas de amor, también el amor humano. Y “a partir de ese amor originario se descubre
además, que el ser humano, creado por amor “a imagen de Dios” que “es amor” (1
Jn 4, 8), ha sido creado también para amar” (n. 15).
Por tanto, descubrir el amor que nos precede, un amor
mayor que nosotros mismos, nos lleva a comprender que aprender a amar consiste,
en primer lugar, en recibir el amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo
propio. Lo que resulta posible y está abierto para todos.
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