sábado, 23 de abril de 2011

¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN!

                                                      

iResucitó! !Aleluya, alegría!
 
¡Aleluya, aleluya!, éste es el grito que, desde hace veinte siglos, dicen hoy los cristianos, un grito que traspasa los siglos y cruza continentes y fronteras. Alegría, porque Él resucitó. Alegría para los niños que acaban de asomarse a la vida y para los ancianos que se preguntan a dónde van sus años; alegría para los que rezan en la paz de las iglesias y para los que cantan en las discotecas; alegría para los solitarios que consumen su vida en el silencio y para los que gritan su gozo en la ciudad.
Como el sol se levanta sobre el mar victorioso, así Cristo se alza encima de la muerte. Como se abren las flores aunque nadie las vea, así revive Cristo dentro de los que le aman. Y su resurrección es un anuncio de mil resurrecciones: la del recién nacido que ahora recibe las aguas del bautismo, la de los dos muchachos que sueñan el amor, la del joven que suda recolectando el trigo, la de ese matrimonio que comienza estos días la estupenda aventura de querer y quererse, y la de esa pareja que se ha querido tanto que ya no necesita palabras ni promesas. Sí, resucitarán todos, incluso los que viven hundidos en el llanto, los que ya nada esperan porque lo han visto todo, los que viven envueltos en violencia y odio y los que de la muerte hicieron un oficio sonriente y normal.
No lloréis a los muertos como los que no creen. Quienes viven en Cristo arderán como un fuego que no se extingue nunca. Tomad vuestras guitarras y cantad y alegraos. Acercaos al pan que en el altar anuncia el banquete infinito, a este pan que es promesa de una vida más larga, a este pan que os anuncia una vida más honda. El que resucitó volverá a recogeros, nos llevará en sus hombros como un padre querido como una madre tierna que no deja a los suyos. Recordad, recordadlo: no os han dejado solos en un mundo sin rumbo. Hay un sol en el cielo y hay un sol en las almas. Aleluya, aleluya.

José Luis Martín Descalzo en www.mercaba.org

 

VÍA CRUCIS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DEL VIA CRUCIS EN EL COLISEO

Queridos hermanos y hermanas
 
Esta noche hemos acompañado en la fe a Jesús en el recorrido del último trecho de su camino terrenal, el más doloroso, el del Calvario. Hemos escuchados el clamor de la muchedumbre, las palabras de condena, las burlas de los soldados, el llanto de la Virgen María y de las mujeres. Ahora estamos sumidos en el silencio de esta noche, en el silencio de la cruz, en el silencio de la muerte. Es un silencio que lleva consigo el peso del dolor del hombre rechazado, oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso del mal. Esta noche hemos revivido, en el profundo de nuestro corazón, el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre.
¿Que queda ahora ante nuestros ojos? Queda un Crucifijo, una Cruz elevada sobre el Gólgota, una Cruz que parece señalar la derrota definitiva de Aquel que había traído la luz a quien estaba sumido en la oscuridad, de Aquel que había hablado de la fuerza del perdón y de la misericordia, que había invitado a creer en el amor infinito de Dios por cada persona humana. Despreciado y rechazado por los hombres, está ante nosotros el «hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, despreciado y evitado de los hombres, ante el cual se ocultaban los rostros» (Is 53, 3).

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jueves, 21 de abril de 2011

AMAOS UNOS A OTROS

 Homilía de Benedicto XVI en el Jueves Santo:

«Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer» (Lc 22,15). Con estas palabras, Jesús comenzó la celebración de su última cena y de la institución de la santa Eucaristía. Jesús tuvo grandes deseos de ir al encuentro de aquella hora. Anhelaba en su interior ese momento en el que se iba a dar a los suyos bajo las especies del pan y del vino. Esperaba aquel momento que tendría que ser en cierto modo el de las verdaderas bodas mesiánicas: la transformación de los dones de esta tierra y el llegar a ser uno con los suyos, para transformarlos y comenzar así la transformación del mundo. En el deseo de Jesús podemos reconocer el deseo de Dios mismo, su amor por los hombres, por su creación, un amor que espera. El amor que aguarda el momento de la unión, el amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera; en efecto, ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rm 8,19). Jesús nos desea, nos espera....



martes, 12 de abril de 2011

LA TRAGEDIA DEL PARO


Hay una dramática realidad que todos conocemos y a la que no debemos  acostumbrarnos. A ella, aunque sea brevemente,  queremos referirnos para  remover un poco la conciencia, la nuestra en primer lugar, y para alzar la voz contra una situación que está deviniendo insostenible para muchas familias.  

En España estamos llegando a los cinco millones de parados; en Extremadura se calcula más de 124.000 personas sin trabajo: son ya varios los años en que el incremento de la cifra no cesa; y las previsiones para los próximos años no son nada halagüeñas. Las voces más realistas avanzan la necesidad del transcurso de varios años para volver a niveles de ocupación de tiempos pasados. La situación de paro siempre es un drama. Pero al acumularse los meses y años en  esa situación,  cuando se reduce cada vez más la cobertura de las prestaciones por desempleo hasta convertirse en mínimamente asistenciales,  si acaso no desaparecen sin más; cuando no se atisban perspectivas de salir de la situación y cunde la desesperanza; cuando llega a afectar a tantas personas, y en numerosos casos a familias completas, estamos hablando de una verdadera tragedia ante la que no podemos acostumbrarnos ni permanecer insensibles. 

Hay toda una generación de jóvenes con un futuro sombrío. A ello se une que muchos de ellos carecen de la preparación adecuada para obtener un trabajo distinto al que proporcionaban sectores de actividad que como la construcción han venido absorbiendo a un gran colectivo de nuestra sociedad. 

Es toda una emergencia ante la que debemos situarnos en actitud de solidaridad, denuncia , de exigencia a los representantes públicos, de colaboración de todos en la medida de nuestras pequeñas o grandes posibilidades. Cierto que ahí está la gran labor, en gran parte callada, de Cáritas. Pero la situación nos sigue interpelando a todos los cristianos de forma comunitaria e individual. Todos hemos de situarnos de forma crítica, desde nuestra conciencia evangélica, desde la luz de la doctrina social de la Iglesia,  ante la situación. 

Porque todo ser humano tiene derecho a vivir en dignidad, a formar una familia y crear un ámbito de relación interpersonal donde amar y ser amado, y para ello es preciso lograr un mínimo bienestar y oportunidades para desarrollar su potencial y habilidades para el logro de una vida plena y feliz,  que ahora mismo a muchos de nuestros hermanos la situación de crisis les niega.