sábado, 25 de septiembre de 2010

LA FAMILIA, AMBITO DE EDUCACIÓN CRISTIANA (4)

El tiempo otoñal se ha hecho presente, los colegios han comenzado su actividad educativa,  las parroquias están a punto de iniciar un nuevo curso pastoral…,  todo parece comenzar de nuevo. Vamos a referirnos una vez más  a una labor que no cesa, a la educación cristiana de los hijos en la familia, siguiendo el desarrollo que traemos desde hace un tiempo. Ciertamente, esta misión de la familia no tiene o no debe tener descanso, pues es algo connatural a la vida de una familia cristiana. Pero en esta vuelta a la actividad que trae el mes de septiembre, parece también que la vida familiar vuelve a su ritmo natural, se concentra un poco más en sí misma, y puede también dedicarse de forma más consciente y decidida  a cultivar su identidad y misión.  

Vamos a tratar brevemente las posibilidades de esa educación. Todos conocemos las dificultades de cualquier aspecto de la educación hoy día, las que  quizá se agudizan en el caso de la educación en la fe. Ocurre en las familias más integradas en la parroquia, de mayor sensibilidad eclesial y compromiso evangélico. Cuánto más en tantas familias que a duras penas pueden llamarse cristianas, que rara vez acuden a la Eucaristía, y cuyos hijos reciben los sacramentos más por inercia familiar, por tradición, o por su repercusión social,  sin una verdadera iniciación cristiana.

Pero también sabemos que los padres cristianos no están solos,  son guiados en su acción educativa por el mismo Espíritu que alienta a toda la Iglesia, el que por los sacramentos del bautismo y el matrimonio les ha hecho partícipes, en su comunión conyugal, de la misma misión de perfección cristiana y de evangelización. 

Con esa esperanza, con la ayuda de la gracia, con su vinculación parroquial y la participación sacramental, la familia de hoy día puede desarrollar su misión de transmisión de la fe. Y es que la familia es el ámbito ideal para la primera iniciación cristiana de los hijos. La acogida de la fe y la educación en los valores cristianos  dependen básicamente de que la persona tenga de ellos una experiencia positiva. Pues las personas siempre vuelven a lo que han experimentado como bueno, aquello que ha vivido con satisfacción, seguridad y sentido. Y es que no hay  ningún grupo, ningún ámbito mejor dotado que la familia para ofrecer a las persona una primera experiencia positiva de la vida que enmarque sus futuras experiencias.    

                                    
La familia ofrece al niño el ámbito primario de personalización. En él se va abriendo a la vida y a la sociedad, va naciendo día a día, se va tejiendo. Ningún grupo humano puede competir con la familia, porque ofrece al niño valores más afecto. En el hogar el niño puede captar experiencias religiosas, valores morales, conductas, símbolos, significados, contenidos,  no de cualquier manera, sino en un clima de afecto, confianza, cercanía y amor. Y es precisamente esta experiencia positiva la que enraíza al niño en la sensibilidad religiosa. Será más difícil despertar la fe luego, en otros lugares y ámbitos, en aquel que no haya tenido una experiencia religiosa básica en el seno de su familia durante los primeros años.

También más tarde la familia sigue siendo importante,  cuando ya la persona se pone en contacto con otras realidades, accede a otros modelos de referencia y se va emancipando de los padres. Llegarán conflictos y tensiones entre las influencias pero, será difícil eliminar la referencia religiosa de la familia si en casa el joven sigue encontrando una vivencia adulta, sana, testimonial de la fe.

Digámoslo, para terminar, con palabras de Benedicto XVI: “sabemos bien que para que se dé una auténtica obra educativa no es suficiente una teoría justa o una doctrina a comunicar. Hace falta algo más grande y humano, hace falta esta proximidad vivida diariamente, que es propia del amor y que encuentra su espacio más propicio primero en la comunidad familiar...”.

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