lunes, 2 de enero de 2012

HOMILÍA de D. Amadeo, Obispo de Plasencia, en la Fiesta de la Sagrada Familia


De la REVISTA ECCLESIA extraemos unos párrafos de la homilía del Obispo de nuestra diócesis, D. Amadeo Rodríguez Magro, en la Eucaristía de la Sagrada Familia y Ordenación del diácono Ovidio Delgado Alonso, celebrada el pasado viernes, 30 de diciembre, en la Catedral de Plasencia:
Queridas familias, querido Ovidio:
1. Como ves, estás muy bien acompañado. Todos estos están felices de poder participar en tu ordenación de diácono, pero también vienen a celebrar la fiesta de la Sagrada Familia. Fuimos muy conscientes al elegir esta celebración litúrgica como el día de tu ordenación; y la razón era obvia: el misterio de tu vida tiene siempre como fondo a la familia: la familia que es fuente de todos los dones, la del Dios Trinidad; el seno familiar en el que has nacido, has crecido y te has criado; y la familia cristiana en la que has recibido y vivido la fe. Hoy, en efecto, celebramos la fiesta de la Familia que es modelo de todas las familias, por ser “hogar de amor, oración y trabajo”, como la definió el Papa Benedicto en Barcelona.
2. El Evangelio que nos ha sido proclamado nos presenta un texto especialmente bello y tierno. La ternura y le belleza está en los brazos del anciano Simeón, hombre justo y piadoso que aguardaba, como gracia del Espíritu, el consuelo de Israel. No le va a la zaga, en la esperanza y la ternura, Ana, la profetisa, esa ancianita que no se apartaba del templo y que tenía a flor de piel la sensibilidad de la fe de los sencillos. Y por eso reconoció en Jesús al liberador de Israel.
La escena sucede en el lugar de encuentro con el Padre del cielo, en el templo, a donde la familia se había acercado para cumplir con la ley de Moisés. Es en el entorno de Dios donde la gracia bendita del Espíritu Santo se manifiesta, y los padres de Jesús escuchan admirados que su Hijo es luz de las naciones y gloria de Israel. Y es también en el templo donde quiere Dios que la madre, que había sido bendecida como la “llena de gracia” para llevar en sus entrañas al que es vida y salvación y para acompañarle en su misión redentora, fuera preparando su corazón para el dolor y el amor de la cruz. Tras esta manifestación luminosa todo vuelve al misterio cotidiano de la vida en Nazaret, donde “el niño iba creciendo y robusteciéndose; se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios lo acompañaba”. Esto ya sucedía en el hogar que formaron José y María. Es en familia donde Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nació, vivió, creció y murió.
3. Hoy es un día, por tanto, para proponer una vez más que la familia es un bien necesario para los pueblos, un fundamento indispensable para la sociedad, un gran tesoro para los esposos, un bien insustituible para los hijos, para que puedan crecer en un clima de aceptación y de amor” (Benedicto XVI en Valencia). Hoy es un día para que las familias católicas confiesen y den testimonio del bien que son y del bien que poseen. Hoy es un día para manifestar que la familia tiene como misión favorecer el crecimiento de los hijos, respetarlos y guiarlos; y que tiene la tarea de favorecer el pleno desarrollo de todas las cualidades que Dios les da.
De todos es sabido que por el bautismo, los hijos son también introducidos en la familia de Dios, que es la Iglesia. Apartir del renacimiento bautismal, los padres colaboran con Cristo y la Iglesia en la transmisión de la fe, en la iniciación cristiana y en el desarrollo vocacional de sus hijos e hijas. La familia es, como le llamó San Agustín hace más de 1500 años, “iglesia doméstica”. De hecho es en la convivencia familiar donde se cultivan los valores que los hijos van plasmando en su vida, cada cual en la vocación a la que es llamado. La convivencia familiar es donde mejor se cultiva lo que San Pablo propone en la carta a los Colosenses: “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión”.
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