sábado, 13 de febrero de 2010

VI SEMANA DE LA FAMILIA (5)


El viernes 12 de febrero, a las 20,30, se desarrolló la primera de las dos conferencias programadas en Trujillo, dentro de la celebración de la Semana diocesana de la Familia. Estuvo a cargo del sacerdote de la Diócesis de Cuenta Don Martín Sádaba Sarobe bajo el título de La educación en familia. Realizó una exposición profunda y bien argumentada sobre la misión educativa, que incluyó un análisis lúcido de la situación y problemática actual en torno a esta labor. Comenzó afirmando que en la actualidad hay una conciencia general de gran problemática en torno a la educación. La desorientación educativa se pone de manifiesto de forma notoria. El ambiente hace impracticable el acto educativo. Pero ¿qué impide la educación?

Puede decirse que los destinatarios de la educación no disponen del concepto de educador, no conciben la existencia de alguien que desde fuera pueda guiarles. La educación es el paso de la heteronomía a la autonomía. Pero si nos fijamos, por ejemplo, en la familia, comprobamos que se anticipa la autonomía. Hoy en día se va directamente a la segunda. Y así, la familia se constituye en obstáculo a superar para lograrla. Y eso es grave, sobre todo en la educación moral.

Hoy en día en la vida familiar se impone el emotivismo. La vida familiar se concibe fundada solo sobre la afectividad; se valora a la familia por los sentimientos que alberga. No hay verdad objetiva. No hay autoridad. Hay búsqueda del bienestar común y se valora la satisfacción inmediata. Como consecuencia, los hijos se forman incapaces de esfuerzo y débiles ante la realidad, en no pocas ocasiones adversa.

Sin embargo, el fin de la educación es la madurez de la persona. El hombre está llamado a vivir en la verdad y en el amor. En la familia se transmite un patrimonio insustituible. Los padres tienen su misión. No se trata de algo cultural y coyuntural. Proviene de Dios. Este Dios es Trinidad, Dios en  comunión. La relación entre las tres personas divinas es una relación de amor, que se constituye por la salida de sí de cada persona hacia la entrega al otro por amor. En la familia, en la educación, cada persona se educa, se realiza, viviendo su propia realidad, de padre, de madre, de hijo. La relación interpersonal se realiza siendo cada uno aquéllo que es. La relación entre el maestro y el discípulo es claramente asimétrica. No es imposición arbitraria, no es autoritarismo. Los padres son algo más que amigos. Reconocer la autoridad es camino de crecimiento.

El hijo, con la educación, adquiere la libertad: ser lo que es. Lo que me impide ser lo que soy me esclaviza. Para ser libre, tiene que ser educado en la verdad y en el amor. El amor exige libertad. En la familia, fundada sobre el amor, es donde el hijo puede ser educado en el amor. La salida de sí, hacia el encuentro y entrega al otro, se vive y aprende en la realidad familiar. En esa entrega se realiza el ser humano. El educador engendra al educando. En ese dinamismo educador, ambos participan de la verdad y del amor. Los padres tienen la misión educadora, el deber y el derecho a educar a sus hijos, como parte de la misión procreativa recibida de Dios. Y no la pueden eludir. No pueden inhibirse. Ciertamente, se encuentran dificultades: la constante transformación práctica de la vida (nuevas tecnologías, horarios laborales, etc…) y una serie de idas y discursos que reciben y no ayudan a la labor educativa. Y es también dificultad la gran distancia existente entre la familia y el sistema social. La familia se está viendo privada de su gran labor. Por otra parte, nos limitamos a enseñarles muchas cosas, pero no educamos. Las grandes y fundamentales cuestiones de la existencia se quedan al margen. Y así no se hacen personas maduras.

Educar es acompañar a los hijos. La autoridad es facultad de mandar con la recta razón. Educar es un servicio. Por eso, la autoridad se ejerce según conviene al crecimiento del educando. La educación es entrega y servicio al bien. Educar es una de las formas más excelsas de sacrificio. El educador se compromete con su propia vida, en pro de la madurez de la persona educada. Educar es “ser uno”. Identificar el ser con la misión, un camino hacia la plenitud de las personas.

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