martes, 11 de mayo de 2010

LA FAMILIA, ÁMBITO DE EDUCACIÓN CRISTIANA (2)

EDUCACIÓN EN LA FE DE LOS HIJOS, MINISTERIO DE AMOR

La educación de los hijos en la fe depende principalmente de la vida cristiana de los mismos padres. Se puede argumentar e iluminar esta obligación que les incumbe desde distintas fuentes y en distintos modos, pero el más sencillo sentido común indica que cuando los padres se sienten y viven como cristianos, desearán y procurarán lo mismo para sus hijos.

Si los padres han descubierto la importancia y grandeza de su participación en la vida de Dios, si se han encontrado con la persona de Jesucristo y le han hecho espacio en el centro de su vida, lo primero que pensarán al educar a sus hijos es cómo conseguir que vayan poco a poco descubriendo a ese mismo Dios que ya han incorporado a su vida personal y conyugal.

Si los padres experimentan y agradecen que todo en su vida procede de Dios, si se sienten pensados y amados desde siempre por el Señor que los ha llamado “antes de todos los siglos” a ser perfectos como Él es perfecto, si anhelan el encuentro definitivo con el Padre que llenará de plenitud su corazón creado para el amor, sus hijos se verán desde sus primeros días envueltos en esa atmósfera de profunda emoción, experiencia y conducta cristianos que darán sentido a la vida familiar en todos sus aspectos.

Digámoslo con palabras de Juan Pablo II en Familiaris Consortio, número 38: Para los padres cristianos la misión educativa, basada como se ha dicho en su participación en la obra creadora de Dios, tiene una fuente nueva y específica en el sacramento del matrimonio, que los consagra a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los llama a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como del amor materno de la Iglesia, y los enriquece en sabiduría, consejo, fortaleza y en los otros dones del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano.

Y ahí mismo, en el número 39: También el Sínodo, siguiendo y desarrollando la línea conciliar ha presentado la misión educativa de la familia cristiana como un verdadero ministerio, por medio del cual se transmite e irradia el Evangelio, hasta el punto de que la misma vida de familia se hace itinerario de fe y, en cierto modo, iniciación cristiana y escuela de los seguidores de Cristo. En la familia consciente de tal don, como escribió Pablo VI, «todos los miembros evangelizan y son evangelizados».

Decíamos en nuestra anterior entrada que la familia nace del amor y está destinada al amor. La misión educativa también nace del amor que ha dado vida a los hijos (participación en el amor creador del Padre) y está destinada a ofrecer, servir y construir el amor. El amor es la fuente, el alma y la norma de toda labor educadora. Por otra parte, la familia cristiana, que se sabe nacida del misterio de amor de Dios en su hijo Jesucristo, quiere que toda su existencia esté envuelta y dirigida al cometido principal de alcanzar la perfección de la vida cristiana de todos sus miembros, por la participación en ese misterio de amor.

El hombre no puede vivir sin amor. La esencia íntima de cada persona está determinada por la llamada fundamental al amor. Esta vocación inscrita en el corazón del hombre, alcanza su completo sentido en la vocación a compartir, ya ahora y por toda la eternidad, la vida misma de Dios. De ahí que todas las dimensiones de la formación humana queden a integradas y reciban su pleno significado en nuestra feliz condición de hijos de Dios.

Los padres cristianos, participantes de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, hemos de empeñarnos con pasión, con gozo, con responsabilidad , con saber hacer y con especial dedicación en la educación cristiana de nuestros hijos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario