miércoles, 26 de mayo de 2010

LA FAMILIA, ÁMBITO DE EDUCACIÓN CRISTIANA (3)


  CONTENIDO DE LA EDUCACIÓN CRISTIANA EN LA FAMILIA
La educación cristiana de los hijos es una misión ineludible de cualquier familia cristiana. Sin ella, no es posible la formación de sujetos cristianos ni la construcción del edificio eclesial. Pero, ¿cuál es el contenido de esa educación? Sin duda estaremos de acuerdo que no puede ser otro que la persona de Jesucristo.

Al hacer esta afirmación, vienen a la memoria aquellas palabras de Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, que se referían a Él como único programa: Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: « ¿Qué hemos de hacer, hermanos? » (Hch 2,37). … No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste (NMI 29)

La educación cristiana de los hijos debe tener como objetivo el que logren y vivan de manera responsable y coherente su adhesión a Jesucristo. Los padres, y luego también la comunidad parroquial, deben proponerse que los niños aprendan a realizar su vida de manera feliz y positiva desde el Evangelio.

Por tanto, educar en la fe a los hijos, no puede consistir únicamente en transmitir conocimientos religiosos. Se trata de que vayan poco a poco construyendo su vida desde la fe y desde los valores evangélicos. ¿Cómo hacer eso? Desde la ayuda prestada en la cercanía de un amor personal, en el devenir de lo cotidiano y en la naturaleza de lo sencillo y lo normal. Los padres son quienes mejor pueden hacer resonar la voz de Dios ante sus hijos. Pero a condición de que ellos mismos traten de vivir la fe que pretenden transmitir.

Los hijos de hoy día, que van a desarrollar su existencia en medio de una sociedad descristianizada, deben llegar a asumir una fe personalizada, fruto de una decisión personal, por lo que no va resultar suficiente transmitir usos y costumbres; una fe vivida y experimentada, es decir, una fe que se alimenta no de ideas y doctrinas sino de una experiencia gratificante; una fe no individualista sino compartida en una comunidad creyente; una fe centrada en lo esencial, que puede coexistir con dudas e interrogantes; una fe que se asienta y desarrolla sobre los valores cristianos, más que sobre normas.

En Familiaris Consortio leemos: La misión de la educación exige que los padres cristianos propongan a los hijos todos los contenidos que son necesarios para la maduración gradual de su personalidad desde un punto de vista cristiano y eclesial. ...Mostrarán a los hijos a cuán profundos significados conducen la fe y la caridad de Jesucristo. Además, la conciencia de que el Señor confía a ellos el crecimiento de un hijo de Dios, de un hermano de Cristo, de un templo del Espíritu Santo, de un miembro de la Iglesia, alentará a los padres cristianos en su tarea de afianzar en el alma de los hijos el don de la gracia divina (n. 39).

En la transmisión de la fe tiene capital importancia la vida matrimonial y cristiana de los mismos padres. Es sobre todo su testimonio cotidiano el que determina la formación cristiana de los hijos. Es contenido de esta educación la realidad del plan de Dios, realizado en Cristo, vivido en la Iglesia, y encarnado en la realidad familiar en la que el niño se desarrolla.

No obstante, la vida cristiana contiene varios aspectos esenciales, que deben tenerse bien presentes para una buena formación de los hijos, sin olvidar la integridad y riqueza de aspectos doctrinales. Por supuesto, el niño ha de conocer el misterio de Jesucristo, escuchar la Palabra de Dios, asumir poco a poco las verdades fundamentales de la fe.

Así, forma parte esencial de la educación cristiana la conciencia, relación y oración con el Padre. Es importante que la familia viva a Dios en su plenitud y riqueza, como Padre creador y misericordioso, como Hijo revelador y salvador, como Espíritu vivificador y recreador.

Por otra parte, a Jesucristo se le encuentra en la Iglesia. No se puede nacer, vivir y crecer en la fe sin la comunidad que formamos todos los bautizados. La Iglesia vive y celebra la salvación de Jesucristo por medio de los sacramentos, fundamentalmente la Eucaristía. La fe es experiencia, decíamos, y es celebración. El mensaje de Jesucristo es Buena Noticia. El misterio de su redención nos ha abierto las puertas del corazón de Dios y la mansión eterna del cielo.

Además, la fe es también vida. El ideal de la fe debe encarnarse en la realidad de la vida, siguiendo las actitudes, los criterios y comportamientos acordes con el evangelio, con raíz en los gestos, actitudes, palabras y actitud coherente sobre todo de los padres. Y se va concretando en el entramado de relaciones familiares, en las circunstancias de la vida corriente, en el descubrimiento de las respuestas y elementos fundamentales de la existencia y destino del ser humano.

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