domingo, 13 de diciembre de 2009

SÍ, QUIERO

La expresión “sí, quiero” la asociamos inmediatamente al momento del consentimiento matrimonial. Pero hay antes mucha historia de salvación, que lo hace posible. Nuestra vida cristiana procede también de un “Sí”. Pero de uno que precede a nuestra respuesta al Dios que nos ha llamado a participar de su vida y ser felices. Es el “Sí, quiero” original del Padre Creador.

“Sí, quiero” de Dios

Todas las cosas provienen de la voluntad creadora de Dios. El Padre pronunció el “hágase” primigenio y surgió todo, que era “muy bueno”. Antes, nos cuenta el Génesis, el mundo era un caos. Y en la cumbre de la creación puso al hombre y la mujer, creados a su imagen y semejanza, para vivir en comunión con Él. Pero se interpuso el rechazo de la humanidad.

“Sí, quiero” de Jesucristo

Pronto vamos a celebrar el nacimiento del Hijo de Dios. Con Él nos ha llegado el corazón del Padre, en Él hemos conocido el amor por el que nos creó y al que nos destinó. Toda su vida fue un sí a la voluntad del Padre, hasta el momento culminante de entregarse en la Cruz. Por eso, Dios lo resucitó de entre los muertos y le otorgó la gloria, la “alegría” definitiva. En la carta a los Hebreos leemos: “Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad”.

“Sí, quiero” de María

La Encarnación del Hijo de Dios se hizo posible porque María pronunció su sí: “Aquí está la esclava de del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. Desde que sabe que ha engendrado un hijo, estuvo totalmente al servicio de esta misión. “Alégrate…”, le dijo el Ángel, y ella, desde su posición de “esclava del Señor”, pronunció su “sí, quiero”.

“Sí, quiero” de los cristianos

El ser cristiano procede de una vocación primera. Dios nos ha amado (cfr. 1 Jn 4, 9-10) y nos ha llamado a ser sus hijos. “El nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo…” (Ef. 1, 4). Toda vocación en la vida cristiana pide el mismo sí, la disposición pronta y plena a poner la propia vida al servicio del Reino de Dios. Primero recibimos el “Alégrate…” igual que María. Luego viene nuestra respuesta.

“Sí, quiero” de los esposos

En el Sacramento del matrimonio los esposos, llamados a formar la comunión querida por Dios desde el principio, se dan el “sí, quiero”. Pero no sólo entre sí. En el sacramento, se lo dan a Dios, a Jesucristo que los incorpora a su mismo “sí”, a su ofrenda eterna al Padre. Por eso, su amor queda santificado y fecundado para siempre. Este “sí”, recibe además la misión de mostrar al mundo el “sí, quiero”, “sí, os quiero” de Dios a la humanidad, de Jesucristo a su Iglesia.

“Sí, quiero”, y la felicidad del hombre se hizo, para siempre. Hoy domingo de la alegría, caminamos hacia la Navidad, preparando nuestro “sí, quiero”, ante el portal de Belén.

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